miércoles, 1 de febrero de 2012

Más chistes


Una pareja de ancianos va a un restaurante de comida rápida, donde con cuidado divide en dos la hamburguesa y las papas fritas. Un camionero siente pena por ellos y se ofrece a comprarle a la esposa su propia comida.
—No se preocupe —dice el anciano—, nosotros compartimos todo.
Unos minutos después, el camionero se da cuenta de que la esposa no ha probado bocado.
—De verdad no me importa comprarle su propia comida —insiste.
—No se preocupe, ella comerá su parte —le asegura el anciano—. Lo compartimos todo.
Poco convencido, el camionero le pregunta a la esposa:
—¿Por qué no come?
—¡Porque estoy esperando a que mi esposo me preste la dentadura!


Cansada de esperar al final de la fila para entrar al Arca de Noé, una pulga brinca de animal en animal para acercarse al frente. Finalmente aterriza en el lomo de un elefante.
—¡Lo sabía! —le dice el paquidermo, irritado, a su pareja—. ¡Ya empezaron con los empujones!


Un hombre le dice a un amigo:
—Mi esposa está en una dieta de tres semanas.

—¿De verdad? ¿Cuánto ha perdido hasta ahora?
—Dos semanas.

El papá tortuga le está contando a su hijo varios cuentos antes de dormir. Uno de ellos empieza: “Érase una vez un conejito blanco…”.
—Ay, papá —interrumpe la tortuga—, ésas son cosas de niños. Cuéntame algo de ciencia ficción.
—Está bien. Érase una vez un conejito en el espacio exterior…
El hijo lo para en seco.
—¡Quiero un cuento de adultos!
—De acuerdo, pero prométeme que no se lo dirás a tu mamá.
—Te lo juro.
—Érase una vez un conejito completamente desnudo…


Un oficial de policía gallego, preocupado se acerca a un niño que está llorando frente a un puesto de revistas.
—¿Qué sucede? —le pregunta.
—¡Aún no sale Superman! —se lamenta el pequeño.
—No te preocupes, yo me encargo —le dice el oficial—. ¡Oye, Superman! —grita—. ¡Sal, no te haremos daño!


Un sacerdote, un ministro y un rabino quieren saber quién de ellos es mejor en su trabajo. Se internan en el bosque, encuentran un oso e intentan convertirlo. Más tarde se reúnen los tres.
—Cuando encontré al oso —dice el sacerdote— le leí el catecismo y lo rocié con agua bendita. La próxima semana hará su Primera Comunión.
—Yo encontré a un oso —cuenta el ministro—, y le prediqué la palabra de Dios. El oso quedó tan sorprendido que me dejó bautizarlo.
Ambos voltean a ver al rabino, quien yace en una camilla rodante, con todo el cuerpo enyesado.
—Pensándolo bien —exclama el religioso—, quizá no debí haber comenzado con la circuncisión.


La esposa le pregunta a su esposo:
—¿Te fijaste, cariño? Compré un nuevo cepillo para el inodoro.
—Sí —responde el hombre, — pero me sigue gustando más el papel.

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