Desde el camino es casi imperceptible, y
cuesta adivinarlo cuando se detiene el auto frente a las Torres del
Paine. El hotel Tierra Patagonia destaca por una arquitectura respetuosa
y orgánica, hecha en base a lenga, que se extiende longitudinalmente en
el paisaje. Su interior logra dar calidez y sofisticación con gestos
mínimos.
A un costado de la
chimenea hay un mapa. Debe medir unos 5 x 4 metros. La pared que lo
sostiene podría haber acogido un gran cuadro, un telar, una repisa; pero
no, lo que exhibe es un mapa que, lejos de mostrar continentes o
países, y pintado en blanco y negro, más parece el mapa de un tesoro. La
guía turística se levanta de su asiento y apunta una laguna, la Laguna
del Toro, donde al día siguiente partirá con el grupo de turistas que la
escucha atento. Como una zona del Parque Nacional Torres del Paine está
dañada por el incendio, hay que buscar nuevas rutas, y en el recién
inaugurado hotel Tierra Patagonia -a media hora del parque- lo tienen
claro. La aventura debe continuar. Y ahí está el mapa, lleno de dibujos
que muestran cerros, estancias, ríos, lagunas, glaciares, cóndores,
guanacos, ñandúes, flora nativa, esperando ser explorado.
Fue en
los años ochenta cuando la arquitecta Cazú Zegers, montada arriba de una
moto, recorrió extensos kilómetros conociendo estas tierras
magallánicas, a las que siempre quiso regresar. "No había vuelto hasta
que me encomendaron el diseño del hotel. Recuerdo que al visitar el
lugar -donde hoy está emplazado el Tierra Patagonia- se me hizo muy
presente el tema del viento, las formas que va dibujando, el caballo que
allí no es más que un cuerpo en libertad, los fósiles y la teoría de
Darwin sobre las especies", explica. El diseño podía haber resultado
como el Guggenheim, ensimismado frente al paisaje, pero lo que
finalmente proyectó fue un volumen de contornos curvos, como un
fuselaje, que se extiende horizontalmente 200 metros en el terreno,
"como un palo de lenga de esos que se encuentran en las caminatas
patagónicas", dice Cazú. Aunque también podría asemejar una ballena
varada, o un largo canasto al revés, como comentan algunos locales. Una
reinterpretación de los galpones ganaderos, y hasta el Arca de N é, para
otros. A nadie deja indiferente.
Lo cierto es que se trata de un
proyecto de grandes dimensiones -tiene 5.500 m2 aprox.- pero a escala
con la inmensidad del paisaje. Ubicado a orillas del lago Sarmiento,
donde su agua cristalina alcanza sólo 6 grados Celsius, establece una
relación con el macizo del Paine, pero no lo invade. Por el contrario,
por el tono que tiene su cubierta de lenga, logra en varios puntos
mimetizarse con el paisaje, hasta que el ojo confunde llanura y techo.
Desde el camino de acceso entre vegetación nativa como calafate, manta
negra, cojín de la suegra, y champa apenas se adivina, para hacerse
evidente y transformarse en toda una experiencia ya a pocos metros.
"Una
tierra que se conquistó básicamente a través de la ganadería y la lana,
ahora incorpora una economía en base al turismo. Lo que se viviera en
el lugar y en el hotel era importante. Había que hacer algo boutique",
explica Cazú. Junto a los arquitectos Rodrigo Ferrer, y Roberto
Benavente, el primero como gerente del proyecto y el segundo a cargo del
desarrollo de los detalles dieron vida al Tierra Patagonia, desafío
titánico debido a lo remoto de su ubicación.
En su exterior llama
la atención una serie de taludes que suben por parte de su fachada, y
donde la paisajista Catalina Philips y su marido Gerardo Ariztía están
replantando parte de la vegetación que se extrajo del lugar para
levantar el hotel. Gerardo cuenta que son cerca de 2 mil las plantas que
permanecieron en un vivero a la espera de su reubicación y se espera
prendan muy bien.
Entre los taludes hay unos tajos que llevan
luz al interior del pasillo que une las 40 habitaciones. Éstas se
encuentran distribuidas en dos niveles con un vacío al centro. Puentes
que atraviesan el corredor; entretenidos nichos temáticos tipo collage
que cuentan la historia de Darwin, los tehuelches y Magallanes
(desarrollados por Matilde Huidobro); la luminosidad que va cambiando
según la hora y gracias al proyecto de la experta Paulina Sir; y las
distintas tonalidades de la lenga que fue trabajada cepillada, pulida,
ensamblada y rústica, hacen del recorrido hacia los dormitorios algo
único.
Hacia el sector de los espacios comunes, en el otro
extremo, aparece el gran estar comedor, sector donde se luce el trabajo
de las decoradoras: Carolina Delpiano y Alexandra Edwards. Sin embargo,
tanto ellas como Cazú insisten en que todo el interiorismo y las
decisiones se tomaron en equipo; "la verdad no sé bien donde nace o
termina una idea", dice Carolina. El recinto, de generosas proporciones y
altura, acoge a la salita del mapa; a un sector de estar junto a la
chimenea (poco se ha usado en estos días templados); y, tras el bar a la
zona de restorán, donde a las mesas y sillas de lenga y lapacho se les
unen unas enormes mesas rojas, único color llamativo del lugar. El tono
alude a las cercas rojas que tiene el predio donde se emplaza el hotel, y
aparece sutilmente en otros espacios del hotel.
Sillones de
castaño con asientos de fieltro y algodón, huancos, antiguas mesas de
campo chilena, mantas con grecas tehuelches y otras de caciques
mapuches, libros, pieles de oveja, y algunas piedras dan vida al estar,
con una sencillez que acoge y que logra hacerse invisible frente al
paisaje. "Todo el mobiliario es de líneas simples, independiente de si
es viejo o nuevo, y a la vez es móvil, de manera de hacer del ambiente
algo muy flexible", cuenta Carolina. Uno puede juntar los sillones si
está en una entretenida conversación; sentarse en grupo en un sofá de
cuero que parece un boomerang; o estar solo con su computador, tratando
de conectarse con el mundo en unas tierras donde las comunicaciones
teléfonicas aún son deficientes; o simplemente descansando con la
impresionante vista a las Torres del Paine.
Existen dos zonas
intermedias entre el gran recinto público y las habitaciones. Una es una
salita de lectura donde uno puede tenderse sobre unas chaise longue a
leer e incluso a dormir olvidándose de todo con un suave olor a madera,
mientras los demás han salido en algún tour; y la otra es una zona de
contemplación que, según cuenta Cazú, era originalmente un patio
abierto, y donde hoy hasta yoga se puede practicar descolgando unos
columpios de mimbre que ocupan el recinto. Aunque, al parecer, son los
niños los más interesados en pasar un entretenido rato balanceándose, y
por estos días los 4 ó 5 que recorren el hotel han hecho de este lugar
su club secreto.
El Tierra Patagonia tiene ese rico sabor a
refugio, pero con la sofisticación justa para hacerlo un lugar especial.
La pesadilla del incendio y aquel día en que tuvieron que evacuar a 80
turistas está quedando atrás; la pena dio paso a la resignación y hoy
las energías están puestas en volver a ser un lugar de encuentro,
descanso y libertad a los pies de la montaña.
Fuente: Revista Vivienda & Decoración (VD)
que lugar tan bello!!!!
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