Fue en los años ochenta cuando la arquitecta Cazú Zegers, montada arriba de una moto, recorrió extensos kilómetros conociendo estas tierras magallánicas, a las que siempre quiso regresar. "No había vuelto hasta que me encomendaron el diseño del hotel. Recuerdo que al visitar el lugar -donde hoy está emplazado el Tierra Patagonia- se me hizo muy presente el tema del viento, las formas que va dibujando, el caballo que allí no es más que un cuerpo en libertad, los fósiles y la teoría de Darwin sobre las especies", explica. El diseño podía haber resultado como el Guggenheim, ensimismado frente al paisaje, pero lo que finalmente proyectó fue un volumen de contornos curvos, como un fuselaje, que se extiende horizontalmente 200 metros en el terreno, "como un palo de lenga de esos que se encuentran en las caminatas patagónicas", dice Cazú. Aunque también podría asemejar una ballena varada, o un largo canasto al revés, como comentan algunos locales. Una reinterpretación de los galpones ganaderos, y hasta el Arca de N é, para otros. A nadie deja indiferente.
"Una tierra que se conquistó básicamente a través de la ganadería y la lana, ahora incorpora una economía en base al turismo. Lo que se viviera en el lugar y en el hotel era importante. Había que hacer algo boutique", explica Cazú. Junto a los arquitectos Rodrigo Ferrer, y Roberto Benavente, el primero como gerente del proyecto y el segundo a cargo del desarrollo de los detalles dieron vida al Tierra Patagonia, desafío titánico debido a lo remoto de su ubicación.
En su exterior llama la atención una serie de taludes que suben por parte de su fachada, y donde la paisajista Catalina Philips y su marido Gerardo Ariztía están replantando parte de la vegetación que se extrajo del lugar para levantar el hotel. Gerardo cuenta que son cerca de 2 mil las plantas que permanecieron en un vivero a la espera de su reubicación y se espera prendan muy bien.
Entre los taludes hay unos tajos que llevan luz al interior del pasillo que une las 40 habitaciones. Éstas se encuentran distribuidas en dos niveles con un vacío al centro. Puentes que atraviesan el corredor; entretenidos nichos temáticos tipo collage que cuentan la historia de Darwin, los tehuelches y Magallanes (desarrollados por Matilde Huidobro); la luminosidad que va cambiando según la hora y gracias al proyecto de la experta Paulina Sir; y las distintas tonalidades de la lenga que fue trabajada cepillada, pulida, ensamblada y rústica, hacen del recorrido hacia los dormitorios algo único.
Existen dos zonas intermedias entre el gran recinto público y las habitaciones. Una es una salita de lectura donde uno puede tenderse sobre unas chaise longue a leer e incluso a dormir olvidándose de todo con un suave olor a madera, mientras los demás han salido en algún tour; y la otra es una zona de contemplación que, según cuenta Cazú, era originalmente un patio abierto, y donde hoy hasta yoga se puede practicar descolgando unos columpios de mimbre que ocupan el recinto. Aunque, al parecer, son los niños los más interesados en pasar un entretenido rato balanceándose, y por estos días los 4 ó 5 que recorren el hotel han hecho de este lugar su club secreto.
El Tierra Patagonia tiene ese rico sabor a refugio, pero con la sofisticación justa para hacerlo un lugar especial. La pesadilla del incendio y aquel día en que tuvieron que evacuar a 80 turistas está quedando atrás; la pena dio paso a la resignación y hoy las energías están puestas en volver a ser un lugar de encuentro, descanso y libertad a los pies de la montaña.
Fuente: Revista Vivienda & Decoración (VD)
que lugar tan bello!!!!
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